Empiezas a imaginarte las cosas que de verdad quieres que pasen, y empiezas a recordar los momentos que hacen que se te erice el vello de placer.
Empiezas a notar reales todas y cada una de sus caricias, todos y cada uno de sus besos.
Empiezas a sentir su aliento en la nuca y sus dedos jugando con tu pelo. Casi eres capaz de oír cómo pronuncia esas dos palabras, esas ocho letras que tanto tiempo llevas esperando escuchar.
Y entonces es cuando te das cuenta de que ya no estás en tu cama. Si no que estás enredada a su cuerpo en una pradera en la cima de una colina llena de flores, hierba y pajaritos.
Y entonces es cuando empiezas a rodar colina abajo y te topas con una piedra, la cual provoca una reacción muy usual en un ser humano: Pegas un bote incontrolable en tu cama, y te das cuenta de que todo ha sido fruto de tu imaginación, y notas cómo las lágrimas caen por tu mejilla. Y no te queda otra que hundir la cara en la almohada y aceptar la cruda realidad.
