No he venido a ser una copia.

Mi magia hecha prosa. A veces puede que lírica. La representación de mi mundo y mi realidad.

martes, 31 de mayo de 2016

JRJ

Estoy triste, y mis ojos no lloran
y no quiero los besos de nadie;
mi mirada serena se pierde
en el fondo callado del parque.

¿Para qué he de soñar en amores
si está oscura y lluviosa la tarde
y no vienen suspiros ni aromas
en las rondas tranquilas del aire?

Han sonado las horas dormidas;
está solo el inmenso paisaje;
ya se han ido los lentos rebaños;
flota el humo en los pobres hogares.

Al cerrar mi ventana a la sombra,
una estrena brilló en los cristales;
estoy triste, mis ojos no lloran,
¡ya no quiero los besos de nadie!

Soñaré con mi infancia: es la hora
de los niños dormidos; mi madre
me mecía en su tibio regazo,
al amor de sus ojos radiantes;

y al vibrar la amorosa campana
de la ermita perdida en el valle,
se entreabrían mis ojos rendidos
al misterio sin luz de la tarde...

Es la esquila; ha sonado. La esquila
ha sonado en la paz de los aires;
sus cadencias dan llanto a estos ojos
que no quieren los besos de nadie.

¡Que mis lágrimas corran! Ya hay flores,
ya hay fragancias y cantos; si alguien
ha soñado en mis besos, que venga
de su plácido ensueño a besarme.

Y mis lágrimas corren... No vienen...
¿Quién irá por el triste paisaje?
Sólo suena en el largo silencio
la campana que tocan los ángeles.

jueves, 26 de mayo de 2016

Recomendación: leer escuchando Tokka, de Agnes Obel

Supongo que cada poco tengo que volver. Me gustas más de lo que recuerdo.
No sé si es porque contigo me siento libre, capaz de contarte cualquier cosa.
al fin y al cabo eres lo único que tengo libre de prejuicios, libre de opinión, libre de todo.
LIBRE.
Me gusta esa palabra. Me evoca tranquilidad.
Suena Tokka.

Una niña juega con sus juguetes en una habitación. Tiene el pelo de oro, recogido en su lazo azul preferido. Sus rizos, como olas de mar, perfectamente peinados por los delicados dedos de su madre se posan sobre sus inquietos hombros.

Agraciada, con unos brillantes ojos color miel, habitualmente iluminados por el rosa de sus tiernas mejillas, hoy algo apagados. Su rostro angelical, adornado por un solo hoyuelo en la mejilla derecha goza de la belleza de la juventud.

Alegre como ninguna, se divierte colocando sus muñecas en círculo, aunque hace algún tiempo que perdió a Betty, su favorita, y la echa de menos. Sirve el té mientras cuenta mil historias inventadas a su amigo imaginario. Ríe, baila y canta.

Pero hay algo que no marcha bien. Será la música, pero un ambiente de incertidumbre llena la habitación. Se puede casi respirar la agitación.

Un gato se asoma por la ventana y la inocente niña se acerca a saludarlo. Un precioso y elegante felino. Su suave y brillante pelo negro incita a acariciarlo. Ronronea. La niña se inclina un poco más hacia él, pudiendo divisar el jardín de su casa: ve a sus padres llorando mientras terminan de empacar. Parece que pretendan abandonarla.

Su madre está sacando un ramo del carro, y se reclina sobre el árbol donde juntas solían leer y charlar. Pero en vez de su manta estirada sobre el césped, hay una especie de piedra gris, adornada con miles de flores y velas. Ve a Betty al lado de una de las coloridas coronas.

Quiere gritar, preguntar qué es lo que ocurre, pero de su garganta no sale ni un sonido. Observa cómo su madre monta en el carro y cómo llora desconsoladamente sobre el hombro de su padre, mientras se van alejando en el horizonte. Se queda sola.


Y así, todos los días.