Es irónico recordar que hace no mucho, me regodeaba en mi felicidad pensando "igual ahora me toca a mi ser feliz". Bf. Qué puta es la vida. Y cómo le gusta serlo.
Reconozco que me gustaría pedir ayuda. Reconozco que me gustaría saber a quién pedirla. Y que su respuesta me envolviera como un cálido abrazo de madre. Pero no es importante. Lo que le pueda atormentar a una "adolescente que ya debería comportarse como una adulta" es totalmente irrelevante en un mundo donde está consensuado que el caos mental es solo una fase y que se puede ignorar. Como si pudiera cerrar los ojos y hacer que todo esto desapareciera.
Así que los gritos de de socorro se quedan atrapados en mi garganta, luchando por salir, pero la puerta de mi orgullo está blindada a base de ostias, y no hay deseo ni dolor que puedan tirarla abajo.